4 de septiembre – SAN GREGORIO MAGNO, PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA

4 septiembre

SAN GREGORIO MAGNO,

PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA

MEMORIA

 

Un papa al servicio de los hombres

 

¿Por qué san Gregorio Magno en el calendario propio de la Familia Paulina? La memoria de este papa se celebra en el calendario litúrgico el día 3 de septiembre; a nosotros nos toca celebrarla el 4 de septiembre. El órgano competente de la Santa Sede —que aprobó el «calendario paulino» (cf. p. 15)— consideró importante que esta memoria no quedara suprimida al conceder para el día 3 la fiesta-memoria de la Virgen María, madre del buen Pastor. ¿Es esto providencial? Sí, porque san Gregorio Magno, junto con san Bernardo, es considerado «padrino» de la Familia Paulina. Efectivamente, el 12 de marzo de 1927 —en el calendario litúrgico de entonces se celebraba ese día la memoria del santo papa— mons. José Francisco Re firmó el decreto de erección y aprobación de la Pía Sociedad de San Pablo.

El padre Alberione juzgó importante su recuerdo y quiso que su estatua se colocara —junto con la de san Bernardo, cuya memoria coincide el 20 de agosto, fecha de nacimiento de la Familia Paulina— en una de las columnas corintias (la de la derecha) que flanquean la majestuosa «Gloria» de la primera iglesia paulina, dedicada a san Pablo, en Alba.

Es nuestro deber rezarle e invocar su protección.

En este papa —cuyo pontificado duró desde el 3 de septiembre del año 590 al 12 de marzo del 604— se descubren en grado eminente todas las cualidades del gobernante, el sentido del deber, de la mesura y de la dignidad. En él se admira «la sagacidad, la justicia, la mansedumbre, la capacidad de iniciativa, la tolerancia» (Harnack), «el modelo perfecto de cómo se gobierna la Iglesia» (Bossuet).

La familia Anicia, a la que pertenecía, era una de las principales de Roma a la muerte de su padre Jordán. Siendo aún muy joven (nació hacia el año 540), Gregorio era ya prefecto de la Ciudad. Admirador de la excepcional figura de san Benito, decidió muy pronto transformar sus posesiones de Roma (en el monte Celio) y Sicilia en otros tantos monasterios. Pero él no logró permanecer en ellos durante mucho tiempo, pues el papa Pelagio II lo envió como nuncio a Constantinopla.  De vuelta a la paz del monasterio del Celio, disfrutó de él por muy poco tiempo, ya que fue llamado al supremo pontificado por el entusiasmo del pueblo y las insistencias del clero y el senado de Roma.

Físicamente no era un coloso y su salud fue siempre precaria. Y sin embargo su actividad, en los 14 años escasos que duró su pontificado, es increíble: organizó la defensa de Roma, amenazada por Agilulfo, con el que entabló después relaciones de buena vecindad; administró la cosa pública con escrupulosa equidad, supliendo la incuria de los funcionarios imperiales; se preocupó de los acueductos; favoreció el asentamiento de los colonos eliminando todo resto de servidumbre de la gleba; animado por el celo, promovió la misión en Inglaterra. Capaz de ensanchar la mirada más allá de los confines de la cristiandad, no desdeñaba las pequeñas atenciones de la vida cotidiana: poco antes de morir encontró la forma de hacer llegar al obispo de Chiusi una capa para el invierno.

Su epistolario (nos han llegado 848 cartas) y las homilías dirigidas al pueblo documentan ampliamente su múltiple actividad. En todas partes dejó su impronta: baste recordar, en el campo litúrgico, la promoción del canto gregoriano. También fue muy vasta su actividad como escritor.

Tiene mucho que decirnos. El considerarlo «padrino» de la Familia Paulina es para nosotros un título de honor, pero nos obliga a considerarlo como uno de nuestros padres en la fe.

 

Todo como en el Misal Romano y la Liturgia de las Horas.

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