Oficio de lectura

HIMNO

Oh Cristo, el único sol,
la verdad que ilumina a los hombres,
ahuyentas la noche y ofreces la senda
de la salvación.

La voz amorosa del Padre
te proclama Maestro del mundo,
quien sigue tus pasos evita las rutas
oscuras del mal.

Enseñas con fuerza y dulzura,
es tu mismo vivir una escuela,
tu gracia confirme en la mente del hombre
la eterna verdad.

Tu amor nos revela el misterio
de la vida, el dolor y la muerte;
al hombre que busca le muestras la vida
de Dios en su Espíritu.

Cumplida tu hora, la pascua,
a este mundo le entregas la Iglesia
maestra infalible que guía a los hombres
por sendas de amor. Amén.

 

SALMODIA

 

Ant. 1. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

 

SALMO 22   

El buen pastor

El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7, 17)

 

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

 

Ant. 1. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

Ant. 2. Haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

 

 

SALMO 24 

Oración por toda clase de necesidades

La esperanza no defrauda (Rm 5, 5)

 

I (1-11)

A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío
no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos;
pues los que esperan en ti no quedan defraudados,
mientras que el fracaso malogra a los traidores.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad,
enséñame, porque tú eres mi Dios y salvador,
y todo el día te estoy esperando.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
Por el honor de tu nombre, Señor,
perdona mis culpas, que son muchas.

 

Ant. 2. Haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

Ant. 3. Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones.

 

II (12-22)

¿Hay alguien que tema al Señor?
Él le enseñará el camino escogido:
su alma vivirá feliz,
su descendencia poseerá la tierra.

El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies de la red.

Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí,
que estoy solo y afligido.
Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.

Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados;
mira cuántos son mis enemigos,
que me detestan con odio cruel.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti.

Salva, oh Dios, a Israel
de todos sus peligros.

 

Ant. 3. Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones.

 

V/. Tu alianza, Señor, es sublime.
R/. Por eso me mantengo fiel a ella.

 

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios
8,12-14.17.22-32

Dichosos los que siguen mis caminos

Yo, sabiduría, soy vecina de la sagacidad y busco la compañía de la reflexión. El temor del Señor odia el mal. Yo detesto el orgullo y la soberbia, el mal camino y la boca falsa, yo poseo el buen consejo y el acierto, son mías la prudencia y el valor.
Yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí me encuentran.
El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.
Por tanto, hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos.

 

RESPONSORIO 
Si 1,1. 5. 7-8

R/. La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló? La destreza de sus obras, ¿quién la conoció? El Señor la repartió entre los vivientes, * Se la regaló a los que le temen.

V/. Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente. * Se la regaló a los que le temen.

 

SEGUNDA LECTURA

De los sermones de san Buenaventura, obispo

(Serm. de Temp.: Dom. 22 p. Pent.; Op. omnia IX, 441)

No se debe llamar ni considerar como maestro a nadie más que a Cristo

 

Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. El testimonio de alabanza más alto no es únicamente el que procede de los amigos, sino también el que procede de los enemigos. Por eso no hay que maravillarse de que justamente los judíos se hayan visto obligados a exaltar —desgraciadamente sólo con la boca y no por amor y con el corazón— a la Verdad misma, nuestro Señor, al pronunciar esas palabras: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. Con estas palabras, reconocen y exaltan a Cristo: en primer lugar por la grandeza de su misión; luego por la certeza de su enseñanza, y por fin por la utilidad de sus afirmaciones. Por la primera razón, se hace acreedor de humilde veneración; por la segunda, es digno de una fe firme; por la tercera, se merece fidelidad y amor.
Dicen los judíos: Maestro. De aquí brota la dignidad de la misión de Cristo, por la que se merece humilde veneración. Tal veneranda dignidad de nuestro Dios, aparece clara por tres prerrogativas que le pertenecen de manera eminente. Ante todo, posee una ciencia extraordinaria, por la que conoce de modo infalible; en segundo lugar, posee una especial fuerza y eficacia para expresarse adecuadamente; y en tercer lugar, posee una excepcional santidad de vida que confirma saludablemente sus enseñanzas.
Estas tres cosas —ciencia práctica, comunicativa eficaz y testimonio vital de ambas— son necesarias para cualquiera que enseña o predica. Efectivamente, la enseñanza y la predicación son peligrosas si no son normativas, estériles si carecen de fuerza comunicativa, faltas de credibilidad si no van confirmadas por una conducta coherente.
A Cristo se le debe, pues, humilde veneración como Maestro excelso, ante todo por la dignidad de su misión, pues es tal su ciencia, que conoce infaliblemente, por lo que se puede decir de él de manera eminente: No os dejéis llamar maestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Maestro: Cristo. Por eso no se debe llamar ni considerar como maestro a nadie más que a Cristo. En segundo lugar, de cuanto se ha dicho se deduce que Cristo se impone por la solidez de su enseñanza, y por tanto se le ha de creer firmemente por razón de su verdad. Y esto por tres motivos: primero, porque posee en su mente la verdad pura; segundo, porque con su palabra elocuente en sumo grado expresa perfectamente esta verdad; y, tercero, porque confirma esta verdad con el testimonio de su vida santa.
Los judíos continúan: Enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. Cristo se impone aquí por la utilidad de lo que dice y, como consecuencia, se le ha de amar con toda sinceridad. Se le ha de amar sinceramente por su testimonio, por tres motivos: en primer lugar, porque hay que creer a quien enseña conforme a la verdad; luego, porque lo que él enseña coincide felizmente con las promesas divinas; y por fin, porque todo lo que enseña produce en nosotros de manera eficaz frutos de vida. De este modo, se excluye toda falsedad y error, se corrige la volubilidad del corazón y se sana la acidia del cuerpo.

 

o bien:

 

De un artículo del beato Santiago Alberione, presbítero

(San Paolo, junio-julio 1963 – CISP 1379-1383)

Configurarnos con Cristo, para alcanzar la perfección

Todo el mensaje de san Pablo se puede resumir así: configurarnos con Cristo, para alcanzar la perfección a la que todos estamos llamados.
Sucede que en diversos libros, aun de predicación, se pone poco de relieve la función preponderante de la persona de Cristo en nuestra santificación. La devoción a nuestro Señor aparece tal vez como un medio más entre tantos: por ejemplo, la lectura espiritual, el examen de conciencia, etc. Nuestra devoción e incorporación a Jesucristo es el comienzo y el fin y la esencia misma de nuestra vida sobrenatural: en eso consiste la ascética y la mística. Las prácticas no son más que ayudas o consecuencias. Si de veras se desea la santificación es necesario evitar discusiones y controversias sobre las diversas escuelas de espiritualidad, y dedicarse en cambio a vivir de manera cada vez más plena la vida de Cristo. Lograremos alcanzar pronto la meta de la santificación. Procuremos no deformar la espiritualidad de los fieles y no apoyar ideas que desorientan el progreso espiritual.
Es posible resumir en sus ideas fundamentales la doctrina cristológica con relación a la vida espiritual: se trata de vivir a Cristo tal como él mismo se ha definido: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.
Por el pecado original todo el hombre sufrió una degradación en cuanto a sus facultades naturales de inteligencia, voluntad y sentimiento; y lo que es más importante, perdió la gracia, es decir, la vida sobrenatural.
Escribe san Juan: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. Cristo es el camino de la restauración del hombre, quien ha visto de nuevo la luz en una edición mejorada por medio de Jesucristo. Jesucristo recuperó para el hombre la gracia, la vida sobrenatural, disponiendo nuevos hijos para el Padre del cielo.
Además, Jesucristo restauró al hombre en sus facultades, proporcionando la revelación para la inteligencia, su santidad para la voluntad, y para el sentimiento el amor de Dios. Esto corresponde a las palabras de Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. En el libro de los Hechos de los apóstoles se lee: Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos. La santificación consiste en participar de la vida de Dios que Jesucristo ha traído al mundo; ésta es la única forma posible de santidad; ésta es, según expresión de Marmion, la esencia del cristianismo.
Jesucristo es el Camino, con sus obras, con su moral y con su vida. Según el libro de los Hechos de los apóstoles, Jesucristo comenzó a actuar y a enseñar; primero a actuar y después a enseñar. Su vida y su doctrina constituían una única realidad armónica de la que se elevaba incesantemente hacia el cielo la más hermosa glorificación de Dios. La Palabra de Dios, Cristo, al asumir la naturaleza humana, quiso darnos en su persona un ejemplo acabado de todas las virtudes. Adorable designio de la divina Providencia para con el hombre.
Él es el ejemplo supremo de toda perfección y santidad. Es el ideal mismo de Dios: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Y el Padre dice del Hijo: Éste es mi Hijo, el Amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Jesucristo es la Verdad: En el principio ya existía la Palabra, y la palabra estaba junto a Dios, y la palabra era Dios. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. La inteligencia de Cristo es un abismo infinito; en Cristo había cuatro especies de ciencia: divina, beatífica, infusa y adquirida.
Con razón san Pablo se queda maravillado al contemplar en Cristo todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Plugo al Padre comunicarlos a sus hijos adoptivos en la medida y grado necesarios para la vida sobrenatural. Después de la última cena, en la oración que dirigió al Padre, dijo Jesús: Yo les he comunicado (a los apóstoles) las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Los que le escuchaban quedaban admirados: Jamás ha hablado nadie así.
Jesucristo es la Vida: La gracia es una cualidad sobrenatural, inherente a nuestro espíritu, que nos otorga una participación física y formal, aunque análoga y accidental, de la naturaleza de Dios. Constituye la vida de Cristo en nosotros.
San Pablo describe así los efectos de la gracia santificante: Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.

 

RESPONSORIO  
Is 61, 1; Jn 8, 42

R/. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, * Para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad.

V/. Yo salí de Dios, y aquí estoy, no he venido por mi cuenta, sino que él me envió. * Para vendar.

 

HIMNO Te Deum 

 

A ti, oh Dios, te alabamos, a ti,
Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre, te venera
toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos y
todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra están llenos
de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la
condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir
como juez.

Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse:

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor y ensálzalo
eternamente.

Día tras día te bendecimos y alabamos
tu nombre para siempre, por
eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié, no me veré
defraudado para siempre.

 

ORACIÓN

Oh Dios, Padre de la luz, que en la plenitud de los tiempos has hablado a los hombres por tu Hijo amado, concede a quienes lo confesamos Señor y Maestro ser fieles discípulos suyos, y anunciarlo al mundo como camino, verdad y vida. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

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