XXIII

La vida cristiana es inmensamente superior a la vida humana. Conduce a la felicidad eterna. El auténtico cristiano rechaza el pecado, vive la fe, practica los mandamientos y celebra el culto cristiano. Cumple los deberes de su estado, en la familia y en la sociedad. Es un buen padre, un buen hijo, un buen ciudadano y un buen profesional (cf Col 3,1-25).

Te doy gracias, Padre,
porque has querido
instaurar todas las cosas en Cristo.
Has llamado al hombre
a imitar, en Cristo, tu vida divina.
Muchos fieles se distinguen
en la práctica de las virtudes comunes;
te honran a ti, a la Iglesia y a la sociedad.

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Con frecuencia son también
bienhechores de la humanidad.
Debo imitarte en Cristo, vida del alma.

Gloria a Dios…
Jesús Maestro…
María, Reina…
Santos Pedro y Pablo…

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