ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Jesucristo es camino, verdad y vida en la eucaristía, donde está presente con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Está en el sagrario y nos llama. Quiere iluminar, instruir, calentar, confortar, aliviar y animar a todos: «Venid a mí –dice– todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11,28).
Escribe san Alfonso de Ligorio: «Sabed que tal vez ganáis más en un cuarto de hora de oración ante el Santísimo que en todas las demás prácticas del día.
Es verdad que en cualquier lugar Dios escucha a quien ora, pero también es cierto que Jesús concede más fácilmente sus gracias a quien lo adora en el sacramento de la eucaristía».
La fidelidad a la adoración eucarística garantiza y completa el fruto de la meditación y de la celebración eucarística. Pero es necesario que durante la adoración nos pongamos en comunicación íntima con Jesucristo, Divino Maestro.
La vida paulina ha nacido del sagrario; así deberá vivirse; así ha de consumarse.
Todo del sagrario, nada sin el sagrario.

La visita es: un encuentro de todo el ser con Jesús.
Es la criatura que se encuentra con el Creador.
Es el discípulo ante el Divino Maestro.

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Es el enfermo con el Médico de las almas.
Es el pobre que recurre al Rico.
Es el sediento que bebe de la Fuente.
Es el débil que se presenta al Todopoderoso.
Es el tentado que busca el Refugio seguro.
Es el ciego que busca la Luz.
Es el amigo que acude al verdadero Amigo.
Es la oveja perdida buscada por el buen Pastor.
Es el corazón desorientado que encuentra el Camino.
Es el necio que encuentra la Sabiduría.
Es la esposa que encuentra al Esposo amado.
Es la nada que encuentra al Todo.
Es el afligido que encuentra al Consolador.
Es el joven que halla orientación para su vida.

Los pastores ante el pesebre, la Magdalena en el banquete de Simón, Nicodemo que llega de noche.
Los diálogos de la Samaritana, de Zaqueo, de Felipe y de todos los apóstoles con Jesús; especialmente durante la última semana de su vida terrena y después de la resurrección.
Se acude a Jesús como Mediador entre Dios y el hombre; como Sacerdote del Padre; como Víctima expiatoria; como Mesías que ha venido; como palabra de Dios; como buen Pastor; como camino, verdad y vida; como Salvador del mundo.
La visita es la práctica que más caracteriza einfluye en toda la vida y en todo el apostolado.
Contiene en sí misma los frutos de todas las otras prácticas y los lleva a madurez.

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Es el gran medio para vivir al Cristo total.
Es el gran medio para superar la adolescencia y formar la personalidad en Cristo.
Es el secreto para nuestra transformación en Cristo: «Es Cristo quien vive en mí».
Es sentir las relaciones de Jesús con el Padre y con la humanidad.
Es garantía de perseverancia.
La fidelidad a la visita aporta grandes beneficios individuales y sociales.
La vida paulina, expuesta a mil peligros, no se puede sostener sin la visita o adoración eucarística. Las Constituciones no habrían garantizado suficientementela santidad de vida y la eficacia del apostolado si no la hubiesen introducido en sus artículos.
En Cristo se establece la unión de espíritu, de fe, de amor, de pensamiento y de actividad.
La visita verdadera es el alma que da vida a todas las horas, ocupaciones, pensamientos, relaciones, etc. Es una savia o corriente vital, que influye en todo, comunica el espíritu incluso a las cosas más comunes. Forma una espiritualidad que se vive y se comunica. Forma el espíritu de oración que, cuando se cultiva, transforma todo trabajo en oración.
Es necesaria la unificación y comunicación de la vida. Eso se logra con la visita eucarística.
Si el paulino que desea avanzar no redujera la visita a un concepto formalístico, si en vez de ser simple puerta como las otras, se convirtiera en el corazón de la jornada,

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si la visita fuese como la sangre que vivifica cualquier otra oración,
si brotara de la profundidad del alma y de la vida, y menos de métodos convencionales, libros y fórmulas superficiales,
si con la visita se consiguiera una base sobrenatural que todo lo ilumina, una generosidad grande en la entrega y en la acción, una experiencia profunda de que Dios está en nosotros,
si después de haber estado con Jesucristo, le sintiéramos vivo y operante en nuestro ser, y naciese la necesidad de sumergirse poco a poco en lo sobrenatural para revitalizarnos…
entonces se llegaría muy pronto a la «transformación en Cristo»: «Es Cristo quien vive en mí».
La vida se transforma en oración, y la oración engendra vida (UPS II, p. 101-111).

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