Viernes: al sagrado Corazón de Jesús

El primer viernes se dedica al Corazón de Jesús con el fin de conocer, valorar y corresponder a sus grandes regalos: el evangelio, la eucaristía, la Iglesia, el sacerdocio, la vida consagrada, la Virgen María y su propia vida.

Aquí estoy, Jesús Maestro,
consciente de mi condición de pecador.
Te adoro porque has amado a los hombres
hasta el extremo de entregarte por ellos.
Creo en el amor infinito que nos tienes.
Te doy gracias por los inapreciables regalos
que has hecho a los hombres,
especialmente el evangelio, la eucaristía,

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la Iglesia, el sacerdocio, la vida religiosa,
a María como madre, y tu propia vida.

  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo la generosidad de tu corazón
    por el gran regalo del evangelio.
    Tú has dicho: «He sido enviado
    a evangelizar a los pobres».
    Tus palabras comunican la vida eterna.
    En el evangelio
    has revelado el misterio de Dios,
    has enseñado su camino
    conforme a la verdad,
    y has ofrecido los medios para la salvación.
    Concédeme la gracia de conservar
    con veneración tu evangelio,
    de escucharlo y leerlo
    según el espíritu de la Iglesia,
    y de propagarlo con el mismo amor
    con que tú lo predicaste.
    Que todos lo conozcan, lo honren y lo acojan.
    Que se amolden a él la vida,
    las leyes, las costumbres
    y las ideologías de los hombres.
    Que encienda, ilumine y caliente a todos
    el fuego que tú has traído a la tierra.

Jesús, manso y humilde de corazón,
haznos santos e irreprochables por el amor.

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  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo la inmensidad de tu amor
    por el inestimable regalo de la eucaristía.
    Por amor actualizas y renuevas en ella
    el misterio pascual,
    te das como alimento en la comunión
    y permaneces con nosotros en el sagrario.
    Que te sienta presente en la eucaristía;
    que yo saque aguas con gozo
    de las fuentes de la salvación.
    Que comprenda y viva cada vez mejor
    la eucaristía, que te reciba siempre
    con fe y amor, y que pueda
    visitarte diariamente en este sacramento.

Jesús, manso y humilde…

  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo tu bondadoso corazón
    por el don sublime de la Iglesia.
    Ella es la madre
    que nos enseña la verdad,
    que nos guía por el camino de la salvación
    y nos comunica la vida sobrenatural.
    Ella, tu cuerpo místico,
    continúa tu misma misión en el mundo.
    Es el arca de la salvación, infalible,
    indefectible y universal.
    Concédeme la gracia de amarla
    como tú la amas al santificarla con tu sangre.
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Que todos la conozcan,
entren a formar parte de ella
y cooperen humildemente
en la construcción de tu reino.

Jesús, manso y humilde…

  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo tu corazón lleno de amor
    por la institución del sacerdocio.
    Tú envías a los sacerdotes
    como el Padre te ha enviado a ti.
    Les has confiado los tesoros de tu doctrina,
    de tu ley, de tu gracia,
    y el cuidado de tu propio pueblo.
    Haz que yo los ame, los escuche
    y me deje guiar por ellos en tus caminos.
    Envía buenos obreros a tu mies.
    Que todos los sacerdotes sean sal
    que purifica y preserva, luz del mundo,
    ciudad situada en lo alto;
    que estén modelados a tu imagen;
    y que su premio y su gozo
    sea un gran número
    de personas conducidas a ti.

Jesús, manso y humilde…

  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo tu sacratísimo corazón
    por la llamada a la vida consagrada.
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Como en el cielo,
en la tierra hay muchas estancias.
Tú eliges a tus hijos predilectos,
llamándolos a la perfección evangélica,
y eres para ellos ejemplo,
ayuda y premio.
Haz que aumente el número
de vocaciones consagradas;
sé su apoyo en la vivencia
de los consejos evangélicos;
que sean las flores más perfumadas
de la Iglesia, las que te complacen,
oran y extienden tu reino
con las más diversas formas de apostolado.

Jesús, manso y humilde…

  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo tu corazón lleno de misericordia
    por habernos dado a María
    como madre, maestra y reina.
    Desde la cruz
    nos has puesto a todos en sus manos,
    dándole un gran corazón, sabiduría y poder.
    Que todos los hombres la conozcan,
    la amen, la invoquen
    y se dejen guiar por ella
    hacia ti, salvador de los hombres.
    Siguiendo tu ejemplo,
    me pongo en sus manos.
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Quiero estar con ella ahora,
en la hora de mi muerte
y por toda la eternidad.

Jesús, manso y humilde…

  1. Jesús Maestro, te doy gracias
    y bendigo tu corazón manso y humilde,
    que te impulsó a dar la vida por mí.
    Tu sangre, tus llagas, los azotes,
    las espinas, la cruz, tu cabeza inclinada,
    me están diciendo: «Nadie tiene más amor
    que quien da su vida por el amigo».
    El pastor ha dado la vida por sus ovejas.
    También yo quiero gastar mi vida por ti;
    que siempre y en todo
    puedas disponer de mí para tu mayor gloria,
    y yo repita sin desfallecer:
    «Hágase tu voluntad».
    Llena mi corazón de amor a ti
    y a los hombres.

Jesús, manso y humilde…

Antes o después de la meditación, o bien durante la adoración eucarística, se reza o canta:

Ant. Hijo, dame tu corazón, y tus ojos guarden mis caminos (Magníficat, p. 335).

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