Sábado: a la Reina de los Apóstoles

El primer sábado se dedica a conocer, amar, imitar e invocar cada vez más a María nuestra madre, maestra y reina.

  1. María, reina del cielo y de la tierra,
    hija predilecta del Padre,
    madre del Hijo de Dios,
    esposa del Espíritu Santo:
    celebro y alabo que el Señor,
    a quien agradaste por tu humildad,
    fe y virginidad, te haya concedido
    el privilegio único de elegirte
    para ser la madre del Salvador,
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nuestro Maestro, luz verdadera del mundo,
sabiduría eterna, fuente
y primer apóstol de la verdad.
Has dado a leer al mundo
el libro por excelencia: la Palabra eterna.
Bendigo a la Santísima Trinidad
por esa sublime elección
y por la alegría inefable que experimentaste.
Concédeme el don de la sabiduría,
ser humilde y auténtico discípulo de Jesús,
hijo fiel de la Iglesia, recinto de verdad.
Haz que desaparezca el error;
que la luz del evangelio
resplandezca en todo el mundo;
reúne a todos los hombres
en la única Iglesia de Cristo.
Ilumina a los doctores,
predicadores y escritores,
madre del buen consejo,
morada de la sabiduría, reina de los santos.

Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

  1. María, reina de los ángeles,
    llena de gracia, concebida sin pecado,
    bendita entre las criaturas,
    sagrario viviente de Dios:
    recuerda el doloroso y solemne momento
    en que Jesús, desde la cruz,
    te entregó como hijo a Juan,
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y en él a todos los hombres,
especialmente a todos los apóstoles.
Qué amor tan entrañable
inundó en aquel momento tu corazón
hacia los consagrados al apostolado,
a seguir el camino de la cruz
y el amor de Jesús.
Por tus inefables sufrimientos
y los de tu divino Hijo;
por tu corazón de madre, aumenta el número
de los apóstoles, misioneros,
sacerdotes y consagrados.
Resplandezca en ellos la santidad de vida,
el testimonio de las virtudes,
un profundo espíritu de oración,
humildad sincera, fe firme, amor generoso.
Que todos sean santos, sal de la tierra
y luz del mundo.

Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

  1. María, virgen inmaculada,
    reina de los mártires, estrella de la mañana,
    refugio de los pecadores:
    alégrate porque fuiste maestra,
    fortaleza y madre de los apóstoles,
    reunidos en el cenáculo para invocar
    y recibir la plenitud del Espíritu Santo,
    amor del Padre y del Hijo,
    renovador de los apóstoles.
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Por tu poderosa y humilde oración,
que conmueve siempre
el corazón de Dios,
concédeme la gracia de comprender
la dignidad del hombre,
rescatado de la muerte y la perdición
por la preciosa sangre de Jesucristo.
Que todos vivamos con entusiasmo
la nobleza del apostolado cristiano;
que el amor de Cristo nos apremie;
que nos estimule la indigencia espiritual
de la humanidad.
Que sintamos profundamente
las necesidades de los niños, de los jóvenes,
de los adultos y de los ancianos.
Que los pueblos de Europa,
Asia, África, América y Oceanía
ejerzan sobre nosotros
una poderosa atracción;
que el apostolado del testimonio,
de la palabra, de la oración
y de los medios de comunicación social,
conquiste muchos corazones generosos
hasta la más costosa entrega.
Madre de la Iglesia, Reina de los Apóstoles,
abogada nuestra, a ti suspiramos,
gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.

Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

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  1. María, entrañable madre nuestra,
    puerta del cielo, fuente de paz y alegría,
    auxilio de los cristianos,
    confianza de los agonizantes
    y esperanza de los desesperados:
    pienso en el momento dichoso
    en que dejaste esta vida
    para ir al encuentro definitivo con Jesús.
    Con amor de predilección,
    Dios Padre te glorificó en cuerpo y alma.
    Te contemplo ensalzada
    sobre los ángeles y santos:
    confesores y vírgenes, apóstoles y mártires,
    profetas y patriarcas; y también yo,
    a pesar de mi indignidad,
    me atrevo a unirme a ellos,
    con voz de pecador arrepentido,
    para alabarte y bendecirte.
    María, concédeme una decisión firme
    de vivir en continua conversión,
    para que, después de una muerte santa,
    te alabe por siempre, uniendo mi voz
    a la de todos los santos.
    Me consagro a ti y, por ti, a Jesús;
    renuevo, conscientemente
    y en presencia de todos los redimidos,
    las promesas del bautismo.
    Renuevo, poniéndolo en tus manos,
    el compromiso de luchar
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por liberarme del egoísmo
y mantenerme en constante esfuerzo
por superar mi actitud más negativa,
que con frecuencia me lleva al pecado.
María, refugio de los pecadores,
estrella de la mañana,
consoladora de los afligidos,
realiza la obra más hermosa:
transformarme de pecador en gran santo.

Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

  1. María, estrella del mar,
    bondadosa soberana, nuestra vida
    y reina de la paz:
    dichoso el día en que la Santísima Trinidad
    te coronó reina del cielo y de la tierra,
    mediadora de todas las gracias,
    madre nuestra amabilísima.
    ¡Qué admirable triunfo!
    ¡Qué alegría para los ángeles,
    para los santos y para todos los hombres!
    Sé que quien te ama se salva
    y quien te ama mucho se santifica
    y participará un día de tu mismo triunfo.
    No dudo de tu bondad ni de tu poder;
    solo temo por mi inconstancia en acudir a ti.
    María, concédeme la perseverancia;
    sé mi salvación. Experimento en mi vida
    las fuerzas del mal.
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Tenme siempre junto a ti y junto a Jesús.
No me dejes caer, madre;
no permitas que me aleje de ti.
Qué hermoso es dirigirte
la primera mirada de la mañana,
caminar en tu presencia durante todo el día,
y descansar bajo tu protección por la noche.
Tú sonríes al niño inocente,
das fuerza al joven que lucha,
iluminas al adulto que trabaja,
reconfortas al anciano
que aguarda el premio eterno.
María, te consagro mi vida entera;
ruega por mí ahora
y en la hora de mi muerte.
Recíbeme entonces y no me abandones
hasta que pueda verte y amarte
por toda la eternidad.
María, reina, abogada, esperanza mía,
concédeme la perseverancia.

Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

Antes o después de la meditación, o bien durante la adoración eucarística, se reza o canta:

Ant. Acógenos, Madre, Maestra y Reina nuestra; ruega a tu Hijo, señor de la mies, que envíe trabajadores a su mies. Aleluya (Magníficat, p. 335).

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