LA MEDITACIÓN

La finalidad de la meditación es fortalecer la voluntad y confirmar los propios propósitos. Se ha de dedicar a ella al menos media hora diaria. Si la dirige un sacerdote u otra persona, ha de seguirse con docilidad lo que se escucha. Si se hace individualmente, se puede elegir un libro apropiado.

Sobre todo, deben ser objeto frecuente de meditación las verdades eternas y la doctrina de Jesús Maestro, camino, verdad y vida, tal como aparece en los evangelios y en comentarios acreditados. Hay que evitar el peligro de reducir la meditación a una simple instrucción de la mente o a una lectura espiritual.

La mayor parte del tiempo ha de dedicarse a la reflexión, revisión de vida, arrepentimiento, propósitos y oración.

Partes de la meditación

La meditación consta de tres partes, además de la oración preparatoria y la acción de gracias.
La oración preparatoria consiste en recogerse en la presencia de Dios, pedir la luz del Espíritu Santo y la gracia de asumir propósitos firmes y eficaces.

En la primera parte se leerá o escuchará el tema de la meditación, brevemente desarrollado; o bien se puede fijar la atención sobre el hecho o misterio que se quiere contemplar.

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En esta parte se ejercitará de manera especial la mente: el Maestro divino la iluminará con sus verdades morales y prácticas.

A menudo se contempla sencillamente un misterio, un episodio de la vida y de la pasión de Jesucristo, un principio práctico o una de las verdades eternas. El espíritu se complace en la belleza, la utilidad y la necesidad de seguir la enseñanza del Divino Maestro; gusta de la vida en comunión con Dios y experimenta como un anticipo del premio que ha prometido a los siervos fieles que le aman con generosidad.

En la segunda parte se ejercitará especialmente la voluntad para intensificar el deseo de la santidad de vida, para seguir a Jesús que nos precede en el camino del cielo. Luego, se hacen actos de deseo, se hace revisión de vida, se reaviva la actitud de continua conversión, y se asumen propósitos para el futuro.

En la tercera parte se ora pidiendo la perseverancia, para poder conseguir, por la gracia de Dios, lo que aún no hemos logrado por nuestra fragilidad: «Padre, tú sabes que nuestra confianza no se apoya en las acciones humanas; por tu misericordia, nos proteja contra toda adversidad el Apóstol de losgentiles. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén».

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