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EL RETIRO ESPIRITUALVai alla preghiera

Es un día del mes que se dedica especialmente a la reflexión del misterio de la salvación, considerando el fin para el que hemos sido creados, haciendo una diligente revisión de vida sobre el mes transcurrido y formulando propósitos firmes para el nuevo mes y orando para alcanzar una buena muerte.

La fidelidad al retiro es uno de los signos más auténticos de vitalidad espiritual, ya que garantiza la fidelidad a los propósitos y al programa de los ejercicios espirituales.

El retiro mensual se hace ordinariamente el primer domingo de mes.

La tarde del sábado se tiene una meditación y una plática, con el Vía crucis o la hora de adoración eucarística. En la mañana siguiente se tiene otra meditación y la celebración de la penitencia.

También se puede invertir el orden: una meditación por la tarde y la otra meditación y la plática por la mañana, concluyendo a mediodía.

Es conveniente que se medite sobre las verdades eternas: que se profundice en las exigencias de la propia vocación, haciendo alguna consideración sobre la oración (sacramentos, devociones, prácticas de oración, etc).

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Si el retiro no lo dirige un sacerdote, se puede hacer personalmente, siguiendo un horario parecido, con los mismos elementos, sirviéndose de los libros más adecuados.

Es muy importante la revisión periódica sobre los propósitos personales. Disposición útil para el retiro es un profundo espíritu de humildad, junto con una gran confianza en la misericordia de Dios, que nos llama a la santidad: «Nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).

El retiro y la hora de adoración eucarística son un excelente comienzo del mes.

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Para alcanzar una buena muerteVai alla preghiera

Señor, creador y redentor mío,
en cumplimiento de tu voluntad
y con espíritu de adoración,
acepto de corazón la hora de mi muerte.
Quiero morir como hijo fiel de la Iglesia
y pasar a la eternidad
con las mejores disposiciones de fe,
esperanza y amor,
y arrepentido de mis pecados.
Espero renovar, al menos mentalmente,
las promesas bautismales
y la profesión de los votos.

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Te ofrezco, Señor, todas las circunstancias,
aun las más dolorosas,
que acompañen mi última hora,
para reparar mis pecados
y ser más digno del cielo.
Invoco a los tres grandes modelos
de la buena muerte:
a Jesús crucificado, con quien deseo
pronunciar las palabras: «Padre,
a tus manos encomiendo mi espíritu»;
a la Virgen María, para que ruegue
«por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte»;
y a san José,
para que me alcance una vida santa,
garantía de una muerte como la suya.
Jesús agonizante, Madre dolorosa,
san José, os pido estas gracias:

Una vida santa,
en la guarda fiel de los mandamientos
y de todas las exigencias de mi vocación,
que me garantice una santa muerte,
puerta para la eternidad.

El don de recibir,
en caso de una grave enfermedad,
los sacramentos de la reconciliación,
la unción de los enfermos,
el viático y la indulgencia plenaria.

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Fidelidad a mi vocación,
según los dones que he recibido,
para que mi vida
produzca los mayores frutos
para gloria de Dios
y mi salvación y felicidad eterna.
La oración diaria,
necesaria para la salvación;
y, en especial, la celebración frecuente
de los sacramentos de la reconciliación
y la eucaristía, siguiendo la liturgia.
Jesús Maestro, yo creo.
Jesús Maestro, yo espero.
Jesús Maestro, te amo.
Jesús Maestro, invoco tu misericordia.
Jesús, José y María,
os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María,
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María,
expire en paz con vosotros el alma mía.

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